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La Universidad: un viaje hacia Ítaca

Actualizado: 12 dic 2022

Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.

Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,

comprenderás ya qué significan las Ítacas

ÍTACA - Constantino Cavafis



El haber estudiado en el pregrado y conocer a amigos invaluables, a mentores inimaginables y a compañeros amables, me hacen sentir a gusto con aquella etapa, pero los comentarios de un sector de la sociedad y de compañeros cercanos acerca de cómo vivieron la vida universitaria me hacen repensar del papel de la Universidad en cada persona. Por ello, he decidido escribir este ensayo por mi preocupación constante acerca del rol de la Universidad en mi país, el Ecuador. Lo hago, desde la realidad que he topado y del idealismo que a ratos me caracteriza, la segunda perspectiva no dicha por mí sino de mis más cercanos.


La Universidad, sin tribulaciones, es un lugar al que acudimos las personas que deseamos profundizar en algún saber determinado. Ya sea en la escuela de Derecho (como en mi caso), como en la de Medicina, Filosofía y Letras, Arquitectura y Diseño, etc. Aprendemos algo más especializado de lo que sabíamos en el bachillerato. Sin embargo, todos iniciamos en la misma línea de meta: no sabemos qué aprenderemos en sentido estricto, lo único que sabemos es que cumpliremos un horario regular y que debemos cursar las materias que correspondan al ciclo académico al que pertenezcamos; ello no dice nada, aún, de lo que es la Universidad. Apelamos, eso sí, a pertenecer a algún grupo siguiendo el fin social del ser humano.


Ahora bien, ¿vamos a la Universidad solo para aprender algo nuevo? Pues evidentemente vamos a aprender algo que desconocemos, pero no solamente eso. Cursar estudios superiores presupone tener una actitud crítica con lo que se aprende y, como consecuencia de esa actitud crítica, producir conocimiento. A todo ese ejercicio podemos sintetizarlo con la siguiente frase: una Universidad está llamada a fomentar la búsqueda, el amor y el servicio a la verdad. Todo lo contrario a esa función a la que denominaré “estructural” es dogmatismo que tiende a una postura escéptica del conocimiento de la realidad y un relativismo ético. Entonces ¿Qué es lo “contingente” como función de la Universidad? Pues otras acciones no relevantes para la búsqueda de la verdad, por ejemplo brindar ciertos servicios para la comodidad de los integrantes de la comunidad universitaria.


Alguien pensaría que “hacer amigos” podría ser algo contingente en la Universidad pero debo responder que no. Esa pretensión es estructural pero indirecta de la Universidad como administración. Cuando el ser humano reconoce que hay una verdad y una realidad por vivir, y además se aventura a descubrirla, es consecuencia que conozca a terceros que también hayan emprendido esa tarea ya sea por el mismo camino, o por otros. En cualquier caso, a todas esas personas les es común algo propio de la naturaleza humana: el deseo inconmensurable de saber. Por ello, cuando uno “navega” por el conocimiento en la vida universitaria, es razonable pensar que va a toparse con más “navegantes” en cada “puerto”.


Concentrémonos; he sostenido una función inequívoca de la Universidad pero preguntémonos ¿Cómo es una buena Universidad, una Universidad de excelencia? Pues es aquella que orienta sus funciones, tanto la estructural como la contingente, al aporte constante al desarrollo de la sociedad. Ciertos lectores podrán pensar que eso es correlativo y por tanto connatural a las funciones de una Universidad. Sin embargo, la diferencia radica en los fines para los que se hace. Sin perjuicio de que el ser humano tiende, como bien, a la congregación y pertenencia social y, por tanto, aporta a la misma, debemos reconocer que hay seres humanos que son egoístas. Tal como quedó anotado, pueden haber Universidades que propenden al dogmatismo, al escepticismo respecto del conocimiento y por consiguiente al relativismo ético.


Podría parecer que no me hago cargo de las corrientes que critico, pero para ser breve solo mencionaré que si una Universidad siguiese el paradigma del dogmatismo y sus consecuencias, no tendría sentido hacer investigación, buscar, amar y servir a la verdad. La Universidad, en ese supuesto, sería como cualquier otra institución a la que uno va y le dicen qué tiene que hacer, cómo lo tiene que hacer y cómo lo debe de decir, todo sin cuestionamientos. No tendría sentido hacer vida universitaria, bien podríamos quedarnos en casa.


Una cuestión que no he abordado y que doy por sobreentendido es que para que exista como tal una Universidad y más en concreto una buena Universidad, no deben haber condicionamientos. Para cumplir ese presupuesto las reglas deben ser dos: i) cuestionar sin condición; y, ii) asumir una postura crítica que aporte a la investigación. La segunda regla, en realidad es una visión optimista reforzada de la primera regla y, bien podría decirse que la una es consecuencia de la otra. Sin embargo, hago la puntualización porque es importante reconocer que nuestra actitud crítica ante el conocimiento que nos es dado o descubierto debe ser activa y no solo pasiva. Además, la Universidad y quienes le pertenezcan, deben siempre mostrar un especial interés por estar actualizados permanentemente, sin perjuicio de que muchas veces los clásicos pueden seguir aportando a cuestiones del presente y, por qué no, del futuro.


Toda vez que he manifestado algunas breves aproximaciones sobre el rol de la Universidad y su relación con la sociedad, debo ocuparme del “viaje a Ítaca”. De esta manera expondré, sucintamente, cómo puede verse a la vida universitaria desde aquel poema. Lo mejor que se puede hacer en la vida es verla maravillado siempre, desde todas sus externalidades como en este caso, el arte, y más concretamente, la literatura.


Tengo una preocupación, atada a la del primer párrafo de este trabajo, que es sobre una frase que escucho a menudo entre los estudiantes universitarios: “ya me quiero graduar”. Ahora bien, debo explicar el contexto porque si escuchara esa frase a alguien que ya ha sustentado su trabajo de fin de grado y que aún no se ha recibido en la ceremonia de incorporación, resulta razonable pensar que esa frase fuera habitual en tales condiciones. Pero, si se escucha esa frase en alguien que empieza a cursar sus estudios superiores o que cursa tal vez los últimos ciclos académicos, lo razonable es pensar que tal vez no está tan a gusto con los conocimientos que adquiere ni con la vida universitaria que lleva. Ser estudiante es lo mejor, es estar en una constante posición que tiende al error con pretensión de corrección. La tendencia al error es propia de la ignorancia natural sobre el mundo que será descubierto, y la pretensión de corrección radica en el deseo de saber y de “saber bien”.


Pero bien, los problemas por los cuales los estudiantes quieren salir pronto de las aulas universitarias son diversos, el principal y más relevante se provoca por un hastío causado por la presión social de generar ganancia inmediata. El estudio no genera necesariamente aquello, es un bien a largo plazo, que rinde frutos en el tiempo y que se multiplica exponencialmente hacia otros seres humanos; estudiar ilumina a uno mismo y a los demás. Y es que nos han enseñado que es mejor producir dinero que producir conocimiento, pero no nos han dicho que ambas son perfectamente compatibles si nos preocupáramos más en reconocer la importancia que tiene el conocimiento por sobre la actividad mecánica. Nos han hecho creer que es preferible repetir cuestiones varias veces que cuestionarlo e investigar. Es decir, hemos regresado a pensar que las cosas son como son y punto, sin siquiera manifestar cuál es su contenido o poder cuestionarlo hasta llegar a la verdad. No dudo de la existencia de cuestiones naturalmente evidentes, pero incluso aquello sobre lo que verse lo racionalmente evidente necesita ser dotado de contenido para justificarlo ontológica y epistemológicamente.


Debemos preguntarnos ¿el camino a la verdad es un camino corto o largo? Naturalmente es un camino largo ¾por no decir interminable ¾desde la filosofía presocrática el ser humano se ha cuestionado sobre la verdad y las formas de conocer la realidad. Aquello no le es ajeno a la Universidad, ya que es el mejor espacio para debatir e intentar responder las interrogantes necesarias. Es por eso que como el poema sugiere, el camino debe ser lo más largo posible, que podamos conocer muchísimo y vivir muchísimo, con miles de aventuras que nos ayuden a formarnos como estudiantes, profesionales y personas de bien. Definitivamente habrán retos en el camino, algunos obstáculos más o menos grandes, pero hay que luchar por superarlos junto con la comunidad universitaria.


Sin embargo, si nos mantenemos alejados de la posibilidad de conocer la realidad, de buscar, amar y servir a la verdad, no se nos presentarán obstáculos porque asumiremos que estamos elevados sobre los demás. Tal como lo sugiere el poema de Constantino Cavafis, debemos mantenernos humildes y reconocer que en nuestra naturaleza humana se encuentran aquellas interrogantes propias del deseo de saber. De esta manera, debemos exteriorizar aquellas interrogantes ante nosotros mismos e intentar responderlas con razón y voluntad, características propias de los seres humanos. En la vida de Universidad, se traduce en el reconocimiento propio de la ignorancia y manifestarla en cuanto sea posible con la pretensión de buscar la iluminación.


Aquella senda que conduce al conocimiento tiene además otros problemas: la mercantilización y politización de la Universidad, convertir a la institución en una fábrica de autómatas profesionales que siguen el dogma y los prejuicios, que en lugar de liberar a los seres humanos y servirlos, se sirve de ellos. Eso no es, o no está llamada a ser una Universidad. Lo mejor es volcar nuestra mirada al humanismo y ser conscientes en que aquella postura es la que mejor conserva la esencia de la Universidad y del ser humano, inclusive. Además, hay que reconocer que solo esa filosofía nos aleja de creer que el conocimiento es lo principal, es importante, sí, pero siempre debe de ayudar a la maximización de los bienes del ser humano. De hecho, el conocimiento es un bien en sí mismo, pero primero, está el ser humano.


A continuación debemos preguntarnos ¿Cuál es nuestro destino en la Universidad? ¿en qué momento concluye nuestro “viaje”? Pues eso dependerá de qué tan lejos queramos llegar. En un primer momento, y para ser realistas, concluye con la obtención de un título universitario que avala el saber adquirido en nuestros años de estudio. De esta manera, algunos serán ingenieros agropecuarios, médicos, psicólogos clínicos, abogados, licenciados en comunicación social, etc. Sin embargo, en la actualidad y con la exigencia del título universitario como requisito para un empleo, éste se ha transformado en una mera formalidad. Pensemos en la siguiente metáfora: como es obligatorio ir a sufragar en el Ecuador, y es imperativo para ciertos trámites el presentar el certificado de votación, las personas acuden al recinto electoral, más que por cumplir un deber patrio, por adquirir un documento que los habilitará para ciertas diligencias en el futuro. Así, de la misma forma, sucede con el título universitario.


Lastimosamente no dimensionamos que cuando se exige como requisito formal el título universitario, lo que se está proyectando es el concepto de Universidad como empresa, alejándola de su esencia y sus fines. Tal vez yerro en la generalización, pero lo cierto es que si se convierte el estudio en una exigencia formal, pierde el sentido la existencia de la Universidad que promueve la adquisición y producción de conocimiento por el simple hecho de que hacerlo es, en sí mismo, algo bueno. El problema de fondo radica en que tampoco dimensionamos que aquello es bueno en sí y por sí mismo, tanto que deben ponerlo como requisito para exigírnoslo porque de lo contrario tal vez, no lo haríamos. Sin perjuicio de aquello, creo que la búsqueda del conocimiento, en cualquier nivel, no está descartada aunque alguien no acuda a la Universidad. Ese es un bien propio de la naturaleza humana.


Recapitulemos, entonces. Si en nosotros mismos radica el hecho de determinar hasta dónde y hasta cuándo llegará nuestra ruta por la Universidad, eso implica que siempre debemos tener esa meta en la mente. Tal como sugiere Cavafis en su poema “Ítaca”, la atención y esfuerzos deben estar mentalizados en nuestro destino, no hay que apresurarnos y, por el contrario, esperar que sea largo el camino, que aprendamos lo que más se pueda y de quienes más se pueda. Pero, él advierte una pregunta que debe hacerse aquel que haya emprendido el viaje: ¿y si el destino no es como uno se lo imagina? Comprenderá, el lector, que a veces tendemos a ver con ilusión la meta y a lo mejor no es lo que se esperaba, pero no se desanime. Habrá recorrido tanto, habrá aprendido tanto, habrá conocido a tantos amigos que, con toda la experiencia adquirida por el gran viaje, podrá comprender verdaderamente lo que supone alcanzar su propósito en la Universidad. Estimado lector, al final del día, aunque se decepcione cuando llegue a su meta, deberá reconocer que si no hubiera sido por ella jamás hubiera tenido el maravilloso “viaje”. Le invito a que, como yo, disfrute de cada etapa, de cada arribo de su embarcación y que comente a cada ciudadano porteño de lo maravilloso que fue el puerto anterior.


BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles. (2014). Ética a Nicómaco (J. L. Calvo Martínez, Trans.). Alianza Editorial.

Cavafis, C. (2022). Ítaca y otros poemas. REINO DE CORDELIA S.L.

Cianciardo, J. (2007). Verdad, universidad y abogacía. Revista Argentina de Derecho Empresario, 0(7), 11-16. https://riu.austral.edu.ar/handle/123456789/1607

Derrida, J. (2002). La Universidad Sin Condición (C. Peretti & P. Vidarte, Trans.). Celesa.

Echevarría, J. (1998). “El servicio a la verdad y la verdad como servicio”, en El Cardenal Ratzinger en la Universidad de Navarra. Discursos, coloquios y encuentros, Facultad de Teología, Universidad de Navarra.

Finnis, J. (1980). Ley natural y derechos naturales. Abeledo-Perrot.

Otero Parga, M., & Morales Reynoso, M. d. L. (Eds.). (2014). La universidad humanista. Universidad Autónoma del Estado de México con la colaboración de Universidade de Santiago de Compostela.

San Juan Pablo II (1997). “Discurso con ocasión del VI centenario de la Universidad Jaguelónica de Cracovia”.

Saramago, J. (2010). Democracia y universidad. Editorial Complutense.



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